lunes, 29 de diciembre de 2008

Niños que odiaban los espejos

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Personajes: Un avión, una niña, su pequeña mano, y yo. También una voz en off, suponemos, maternal.

Locaciones: En el aire, ambiente borroso. Una funeraria.

Soundtrack: “Tan joven y tan viejo” – Joaquín Sabina. (Suena al final, y no durante la lectura) (http://www.youtube.com/watch?v=8mBoAxFgALI)

Título: “Niños, que odiaban los espejos” Extraído del disco de Joaquín Sabina “Yo, mi, me, contigo”, el primero que tuve. Canción “Tan joven y tan viejo”.


El avión corta el aire a toda la velocidad. Blanco, con una delgada línea naranja, que se extiende horizontalmente por todo su cuerpo, dejando claramente marcado, “el arriba” y “el abajo”. Arriba, una protuberancia, la cabina, es la cabeza del pajarillo de acero. Atrás, en la cola, los estabilizadores, como tímido plumaje, le dan equilibrio a la imagen. Abajo, descansaba la blanca panza, en una suave y poco pronunciada curva.


Esta vuelta es muy radical, brusca, supongo que adentro habrían de sujetarse fuertemente. Lo supongo, porque me imagino en una situación similar, allá arriba, zarandeado junto a todas esas personas muertas del miedo, los quejidos, los gritos, las caras desfiguradas por el temor, dando esa alocada vuelta, quizás tuviese lista la bolsita para vomitar, o estuviese arrepintiéndome de algún acto, o quizás solo subiría el volumen de la música y apretaría los dientes. No, gritaría, como todos los demás.


Su cabello rubio y despeinado, brilla bajo un bombillo a media luz, cae en cascada sobre sus hombros, y se abre como una ventana en su rostro, alegría muda, dejando ver la belleza de unos labios rojos y ligeramente risueños, y de unos ojos, que aunque desenfocadamente concentrados, muestran dulce candidez.


Viene con la panza adelante, la cabeza apuntando en un Angulo de 180º, haciendo diana en el cielo. Es decir, su lomo, es la parte trasera y su cola mira el suelo. Así vuela el avión, desafiando cualquier ley física. Ahora en una fuerte barrena, que hubiese roto los nervios del más aplomado, el avión va directo a tierra, con la cola hacia abajo. En vez de girar, permanece rígido, como si cayera en peso muerto ante una estéril brisa y las alas no le afectaran en lo más mínimo. Un metro antes del suelo, se vuelve a elevar y a tomar su posición natural. En un caso así, quizás ya alguien habría muerto, seguramente infartado. O alguien que, no quiso o no logró, ponerse el cinturón de seguridad, hubiese dado tumbos de aquí para allá, antes de golpear su cabeza contra cualquier parte dura, y desnucarse. Total, ¿Qué importa?, no estoy aquí para eso. ¿En dónde darán el café?.


Acompañaba su belleza, con la gracia de sus desplazamientos, con la mirada fija, y de vez en vez, parada en puntillas. Acompaña su andar, con algunos sonidos y voces que no alcanzo a entender. Claro, la distancia y el murmullo, ponen su granito de arena.


Veo que el avión va cayendo irremediablemente, es sólo cuestión de uno o dos segundos. Baja vertiginosamente, sin que su forma aerodinámica influya en manera alguna, en el garabato que describe en el aire. Cayó con la parte de arriba hacia abajo, y obvio, la parte de abajo hacia arriba. En el invertido fuselaje, se puede ver el color metálico, donde se había caído la pintura. En un caso así, ya todos hubiesen volado en mil pedazos, ya no existirían, solo serían manchas humeantes, un desastre, la noticia del día, con suerte, de la semana. Cayó, sin que esa fuese su intención.


Este cigarro se está acabando, y esta noche en particular, está bastante fría. Menos mal que traje mi vieja chaqueta de cuero. Menos mal que este cigarro es rojo.


Una pequeña mano, la de la niña, toma al avión por la cola, lo levanta, y reanuda su hipnótico juego, sin saberse espiada. Su imaginación le protege de cualquier clase de intromisión, nada existe fuera de su pequeño juguete y ella. Sospecho que es lo único que tiene a la mano en esta funeraria. Quizás pertenece a su hermanito, quizás le gustaría volar uno algún día. No puedo asegurar, que de haberla tenido, hubiese preferido una muñeca.


Mi amor, es hora de irse. Y la niña, como saliendo de una burbúja mágica, enfoca la mirada en dirección a la voz, guarda lentamente el avioncito en el bolsillo de su pantalón, y se va volando. Sí, en verdad es hora de irse. Qué frío hace.

domingo, 20 de julio de 2008

El soñarlo sólo basta

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Personajes: Un hombre, una mujer, una aeromoza, pasajeros.

Locaciones: El baño de un avión, el pasillo de un avión, las butacas de un avión.

Soundtrack: “Strangers In The Night” - Frank Sinatra (http://www.youtube.com/watch?v=2g3ztniz9aA)

Título: “El soñarlo sólo basta” Sacado de “La Vida es Sueño” de Calderón de la Barca, espolvoreado con el azúcar de Morfeo.

Un pasillo. Un portazo, y apenas un segundo para pasar el seguro antes de que los besos comiencen a jugar con desespero. Pequeños mordiscos traviesos interrumpen a ratos el abrazo de las lenguas que no cesan de buscarse, de tocarse, de tenerse en exquisito juego a ojos cerrados, transformando las sensaciones en imágenes y sabores. El aliento tibio de palabras casi inaudibles, la honda respiración, que a ratos se confunde con suspiros, y los chasquidos de la humedad, musicalizan la escena.

En el baño, no hay distancia entre los cuerpos. Él la sujeta con fuerza por la espalda como si no quisiera dejarla escapar, mientras ella hunde sus manos en su cabello, las baja por su espalda y le aprieta hacia su cuerpo, pero de manera distinta, como sujetándose antes de una inminente caída, solo que en este caso, ella quiere caer. Lo besos, cada vez mas hondos, poco a poco les van sacando de control. Él baja sus manos y pasa de largo la falda.

Sobre el lavamanos. Ella jadea, con las manos de él aun sujetando con fuerza sus muslos, luego de haberla sentado en la estructura metálica. Sin que la molestia del frío grifo en su espalda pueda obstaculizarle en manera alguna. Los besos continúan en ambas vías de una gran autopista en la que los dos aceleran constantemente. Las manos de él, con tierna firmeza, se pasean por sus desnudas piernas, y de regreso hacia arriba, toman un camino distinto, electrificando los costados y el abdomen, para finalmente empezar a jugar con sus senos. Ella sigue sujetándose a su piel en la espalda, a ratos también del cabello, sobre todo desde que su boca se viera huérfana, y su cuello atendido. La música quiere subir, pero se abstienen.

Deslizando su mano hacia abajo consigue apurar los besos del hombre, que ya entretiene la boca en su pecho. Un poco más de música en un suspiro ahogado que él deja escapar y que hace que sus movimientos se hagan notablemente más severos. Un par de manos trémulas que levantan la falda. Otras que con diestro desespero luchan con hebilla, botón y cremallera. Ella deja desabotonada su propia camisa por la mitad, revelando el cuarto creciente de su feminidad. Él, con el pantalón a punto de caer, aunque brevemente sostenido por su erección, baja, abre de par en par sus muslos, hace a un lado el pequeño encaje, y da a su boca un suave baño en la fuente de afrodita. Fragancia a mujer. Ella ya no se agarra para no caer, esta vez se agarra fuerte para no volver. Ojos hacia arriba.

Sin moverse del lavamanos. Él se desespera con su cada vez mas mojada barbilla, se ayuda un poco con los dedos. Ella, sintiendo que el mundo se le viene encima, sujeta las paredes. Él sigue usando su lengua, y con todo acierto. La música quiere sonar alto, impetuosa, lo evitan. Ella le tomo el cuello y la trae a su boca de nuevo. Los pantalones caen. Ahora ella sostiene el encaje de lado. Él la trae un poco más al borde del lavamanos. Ella lo abraza con los muslos, lo acerca, y capa a capa, se deja penetrar. El mira su espalda en el espejo. Los besos tienen pausas más largas, y son más torpes. Las caras se deforman en dulces gestos.

Van subiendo el ritmo de su danza. Se besan corto y desesperado. La mezcla de sus olores llena la pequeña habitación. El espejo se empaña. Las miradas se nublan. Se escapan algunas palabras sin sentido, algunos jadeos también. El mundo empieza a disolverse. Corazón galopante. Ojos blanqueados. Deditos abiertos. Máxima presión. Una corriente que los laza. Ahogados puñetazos en la pared. Pequeños espasmos. Leve temblor. Lento aterrizaje.

Breve pausa. Ok, salgo primero. De acuerdo, así me da tiempo de arreglarme. Y subiéndose los pantalones le besó una vez más en la boca, con uno de esos besos en que solo están los labios, y que se extienden unos segundos con profunda nostalgia. La mano sobre el empañado espejo, y una veloz acicalada. La miró antes de cerrar la puerta y sonrió... le sonrió

Ya de vuelta en el pasillo, se detuvo unos segundos como si la adrenalina empezara a diluirse en su torrente sanguíneo. Se iba a devolver cuando una aeromoza le interceptó. Señor, estamos prontos a aterrizar, podría volver a su asiento por favor. Si, como no, ¿imposible un trago verdad? Imposible señor. De nuevo sentado en su butaca, abrochó su cinturón y abrió una revista. Sin voltear, reconoció esa fragancia en el pasillo. Sus ojos se quedaron pegados a la revista, su mente no.

miércoles, 2 de julio de 2008

No volveré a sonreír

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Personajes: Un viejo pescador, un joven pescador, una señora entrada en edad, varios pescadores

Locaciones: Una bahía (pongamos que hablo de Juan Griego), mar adentro, la playa.

Soundtrack: “The same deep water as you” - The Cure (http://www.youtube.com/watch?v=LJM2GhkR_RY)

Título: “No volveré a sonreír” frase del relato “Eva esta dentro de su gato” del libro “Ojos de perro azul” de Gabriel García Márquez.

La luna nacarada brillaba sobre las oscuras y profundas aguas del océano. Claramente se escuchaban las pequeñas olas espumeantes al levantarse brevemente y estallar en contra la arena y rocas en la orilla. Las mismas pequeñas olas que segundos más jóvenes acariciaban la madera de los peñeros, ya casi dispuestos a adentrarse en la mar. En procesión iban llegando los pescadores, cargando recipientes con gasolina, mecates, tobos con carnada, redes, anzuelos, cuchillos y otras herramientas propias del antiguo oficio.

El viejo del sombrero de paja y la vieja camisa blanca abotonada hasta la mitad era uno de los más experimentados. Llevaba años adentrándose en aquellas aguas siendo de los más bravos pescadores de la bahía, aunque a decir verdad, cada madrugada, cuando sentado en la cama junto a su esposa, con las manos en sus rodillas y el mentón pegado al pecho, al tiempo que murmuraba la misma plegaria de siempre (y que solo el conocía), sentía aquel desfile de cosquillosas chispitas que le recorrían las piernas, para trepar por su espina dorsal y terminar en un pequeño espasmo que desaparecía en su cabeza luego de una extraña caricia. Siempre tuvo conciencia del mar.

Caminaba con dificultad, arrastraba en cada pisada el peso de los recuerdos, de las miles de historias enmarcadas en el misterioso mar, de las miles de historias vividas en el misterioso corazón de la gente. Su piel, o lo poco que exhibía de ella, reseca, pegada al hueso, era la consecuencia de años enfrentando no solo al mar, sino también a un siempre sonriente sol. Sus manos, aunque huesudas, eran grandes y fuertes, y su mirada cansada, honda, como las palabras que pronunciaba, que si bien eran escasas, resultaban muchas veces definitivas. Muchacho, trae la red. El ayudante, joven, delgado, moreno, de cabello rapado, se apresuraba dando brincos en el agua con sus pantalones arremangados y el torso cubierto con una vieja camiseta. Enciende el motor, es hora. Y se fueron en busca de la línea del horizonte, invadiendo la quietud, seguidos de decenas de embarcaciones mas, ruido de motores, olas artificiales en el mar.

La sangre y el agua salada en que se sumergían los pies descalzos de ambos hombres, daban fe de lo buena que estaba siendo aquella noche. Pescados apilados en dos cestas se interponían entre el viejo, sentado junto al motor, y el joven, que le daba la espalda a la proa. Buena pesca tomando en cuenta que hay luna llena, buena pesca, ¿verdad maestro? El viejo, en silencio, asintió con la cabeza, siguió hundiendo sus pensamientos en el mar. El suave sonido del agua golpeando la embarcación, les acompañó el resto de las horas. El viejo estaba distinto, siempre había sido un hombre de pocas palabras, pero no como hoy, nunca como hoy. El joven, un tanto inquieto, insistía en su charla. El viejo, con paciencia le escuchaba, participaba brevemente, prefiriendo las afirmaciones y negaciones gesticuladas al discurso y la conversación. Luego de un prolongado y profundo silencio, el viejo dijo al aire. Ya estas listo.

Un negro océano con un reflejo de plata, que llego por un lado y poco a poco fue desapareciendo por el lado opuesto, ambientó la callada noche que pasaron ambos pescadores, hasta que en el mar se fue abriendo paso, una línea naranja, como de fuego que terminó por incendiar al cielo en un espectáculo que algunos aseguran, es obra de Dios.

Con el regreso del sol, se veían venir a lo lejos, todos los peñeros, que junto al sol y al mar, reproducía naturalmente el mismo cuadro que tantos pintores han pintado en el pasar de los años. El joven y el viejo, como cada día, punteaban al grupo. En la orilla, dentro de un vestido de hermosas e imaginarias flores, esperaba una morena mujer bastante entrada en edad, una mujer que desafiando a la naturaleza, aun lograba atesorar unos cuantos rastros de belleza. Era la esposa del viejo. Mientras el joven lidiaba con las cuerdas, el pescador se le acercó a la mujer, tomo sus dos manos con las suyas huesudas. Finalmente me retiro, ahora podrás dormir mas tranquila. Pero, pero si el mar es tu vida, pero... la sonrisa del viejo se abrió como una ventana por la que entra mucha luz. Puedes estar tranquila negra, antes yo decía: “sin el mar, no volveré a sonreír”, pero aun te tengo a ti, aún puedo meter mis pies en el mar.

lunes, 30 de junio de 2008

los funerales no duran por siempre

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Personaje: Una Señora de cabello de plata.


Locación: Una Casa en el pueblo.


Soundtrack: “Canción para mi muerte”- Sui Generis (http://www.youtube.com/watch?v=8k-eX3rF8xM)


Título: los funerales no duran por siempre” aclaratoria acerca de un subnick en el messenger


Sentada en su mecedora, con la tarde bañándose en naranja y una fría brisa que ya avisa la venida de la noche, pasa las horas la señora de cabello plata, sin mayor compañía que la de sus memorias, que a su edad deben ser tan innumerables como difíciles de recordar. Ahí sentada, con la mirada parca, cansada, ya no se preocupa en huir del tiempo, en parte quizás porque está conciente de que el tiempo ya le está dando alcance y entonces qué más da insistir si nadie ha podido ganarle la carrera, si nadie ha sobrevivido a los embates de su constancia.


Una bien conservada cajita de música, bailarina incluida, reposa sobre su falda, en ella la foto sepia de una hermosa mujer y una carta que recién acaba de releer. Encima de estas, cruzadas, descansan sus blancas y huesudas manos. Las gotas que manchan el papel son lo único nuevo y ya están muertas. Nacieron en sus ojos, quizás hace tres minutos, vivieron corriendo por sus mejillas para finalmente fallecer entre aquellas letras, muy cerca de la única parte que sus manos dejan leer bien de la carta y que dice: “…para siempre…”


Sentada en su mecedora, con la noche salpicada de estrellas y una brisa que en momentos se atreve a silbar, toma un té que ella misma preparó hace breves instantes. Sus manos temblorosas llevan la taza hasta su boca, que al retirarla, deja tras de si una ligera sonrisa de placer.


La cajita de música está cerrada, dispuesta en una mesa junto a la mecedora, y aunque sus ojos están fijos en el largo camino que pasa justo frente a su casa, su pensamiento tiene la mirada puesta en la cajita. Otro sorbo de té. Hace un año ya, hace un año ya que te fuiste y aún recuerdo aquel día como si fuese hoy, ay como dolía, ay que falta que me haces, y yo pensé que ese día terminaría por acompañarte, terminaría por morir, como lloré por mí. Y colocando la taza junto a la cajita pensó: ¿y quién llorará por si mismo cuando yo muera?... al igual que la felicidad, los funerales no duran por siempre.


Sentada en su mecedora, con la mañana dócil vestida de rosado y una fría brisa que hace bailar su cabello plata con alegría sobre su ahora insensible rostro que conserva intacta su sonrisa, reposa la señora. Ya desde hace unas horas dejaron de pasar las horas para ella.

martes, 24 de junio de 2008

El taxi te está esperando

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Personajes: Una mujer triste, un hombre de mirada pálida, un taxista, niños colegiales, un hombre de traje gris, una señora, una niña y un esposo.


Locaciones: Una Casa en la ciudad. Calles de ciudad. Otra casa en la ciudad.


Soundtrack: “Té para tres”-Soda Stereo (http://www.youtube.com/watch?v=krV8PsNjVs8)


Título: El taxi te esta esperando” frase de la película “Todo Sobre mi Madre”–Pedro Almodóvar


Un te amo ahogado es lo único que ella alcanzó a decir, un te amo desvirtuado, convertido en súplica, un te amo lamentable y desesperanzado que poco a poco llenaba sus ojos de lagrimas. Ahí, sentada en el mismo sofá que el hombre de mirada pálida, separados por dos cojines y una espesa bruma emocional, sentía como su mundo poco a poco se derrumbaba en su interior, sueños cayendo a pedazos, promesas que pierden sentido, como es natural, en el voraz apetito del tiempo.


El taxi te está esperando, fue lo único que salió de la casi inexpresiva boca de aquel hombre, frase convertida en filoso metal que con exquisita precisión terminó de cortar cualquier hebra de esperanza que ella albergara. De vuelta al pesado silencio, respirando hondo y conteniendo el llanto, se levantó hacia la puerta, y dejo entrar la mañana en todo su esplendor durante unos segundos, en el medio del marco de madera, con el sol dando de lleno en su cuerpo dejando ver su silueta con los bordes en dorado, en un abrazo en el que el sol y sus rayos parecían querer traerla a la vida de nuevo.


Sentada en la parte trasera del taxi, observaba el movimiento matutino de la ciudad, los niños jugando frente al portón del colegio, el hombre del traje gris que le habla a su celular, la señora que sostiene su libreta de ahorros y va al banco a hacer su cola , el gentío comenzando su día, buscando su vida. Encendió un cigarrillo y pensó en cuanto le amaba, en realidad lo pensó y lo sintió, porque no habría otra explicación para la lluvia que estalló en sus ojos después de la primera bocanada, tupiendo su nariz, ahogando su pecho y llenando su cabeza con recuerdos que se atropellaban por estar en el primer plano de sus pensamientos. Realmente le amaba.


Luego de pagar el taxi y secarse cuidadosamente las lágrimas de pie en la acera, aun aturdida sacó la llave y abrió la puerta de su casa. Su pequeña niña salió corriendo a su encuentro, le abrazó y hundió su cabeza en sus faldas. Ella le tomo, la cargo, le beso y por un momento, todo se quedó paralizado, algo se había equilibrado en su interior. No había dejado de estar triste, pero ahora era distinto, tenía absoluto control de la situación, inclusive y aunque para algunos sea difícil de creer, tenía pleno dominio de sus acciones, y el llanto abandonó las ganas de emboscarle.


Colocó a la niña en el suelo, fue al espejo, se contempló, dibujó la silueta de su rostro con el dedo índice y sonrió de medio lado. ¿Eres tú mi amor?, se escucho desde el segundo piso, seguido del sonido del pisar en las escaleras de madera. Iba a preguntar por segunda vez cuando la encontró al pie de la escalera, con una sonrisa que llenaba toda la habitación, con una sonrisa que le hacia sentirse el hombre mas dichoso del planeta. Ella le tendió los brazos y cerró los ojos con la misma fuerza con que le abrazaba. ¿Qué tal el fin en casa de tu mamá?, todo bien, te mandó muchos cariños. El tomó su maletín, le dio un pequeño beso en los labios, voy tarde, te amo. Un te amo ahogado es lo único que ella alcanzó a decir.

lunes, 23 de junio de 2008

Intro

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Desde las regiones oscuras al otro lado de las montañas situadas en el extremo superior de nuestro cercado dominio serpenteaba un estrecho y profundo río, más brillante que todo, excepto los ojos de Eleonora, y retorciéndose aquí y allá en numerosos meandros, se escapaba al fin por un desfiladero tenebroso a través de las montañas aún más oscuras que aquellas de donde había salido.”

Edgar Allan Poe – Eleonora

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Tenía rato con la inquietud de escribir un blog, inquietud que decapitaba siempre ante la ausencia de tiempo, la desidia, el no saber exactamente que decir. Así pasa con muchas cosas que queremos, las hacemos a un lado, creando excusas para luego dejarlas desvanecerse en el olvido voluntario, en nuestra propia papelera de reciclaje.


También tengo rato observando a las personas (terrible), observándome a mi mismo (peor aún), encontrando historias en la contemplación, en el día a día, en los cada vez más impúdicos titulares del periódico, en el espionaje a conversaciones ajenas, en las expresiones de la calle, exquisitamente generadas por conductores de busetas, buhoneros, señoras encopetadas, niños malcriados de esos que provoca nalguear, sin intención de hacer el trabajo de los curas por su puesto. En el televisor y su imbatible y viciosa estupidez, en la sobreviviente radio, en el infinito y mutante internet, en los exagerados cuentos entre amigos, que las cervezas y los años terminan por deformar (para bien de los amigos y de uno mismo, claro está), en las ionescas charlas de bar, en los aireados y silenciosos domingos en el parque, en la cotidianidad. Finalmente, del individuo que generalmente no tiene nada que decir.


Wilde tenía razón en eso de que Es absurdo dividir a la gente en buena y mala. La gente es tan sólo encantadora o aburrida” y una abrumadora mayoría pertenece al segundo grupo, sin embargo, la imaginación, el cuento, se convierten en pequeños placebos para combatir el gris con que mucha gente decidió pintarse, o quizás ese gris es el que le pone uno a ellos desde la silla de juez que todos tenemos en el palacio de nuestra moral. De una manera o de otra, los Cuentos Para Eleonora si tienen una pretensión bien definida (y egocéntrica): Contar historias a partir de nada, ponerles música, imágenes y entregarlas a la simple curiosidad del que se tome la molestia de leerlos.


¿Por qué Cuentos Para Eleonora?


Simple, porque una buena y admirada amiga bautizada con el primer nombre de Eleonora, no solo me sugirió abrir este blog (en realidad prácticamente me obligó ), sino que ella, su vida, pertenece al grupo minoritario al que hace mención Wilde, a la gente encantadora que hace que alguien como yo, se anime a iniciar esto, aún sin saber exactamente que decir.


Oscar.