domingo, 12 de abril de 2009

El Beso

beso


Personajes: Un hombre y una mujer.


Locaciones: Un cuarto y un parque con un lago.

Soundtrack: “The Kiss” – The Cure. (http://www.youtube.com/watch?v=yshUFah31iQ)

Título: “El Beso”. A veces benditos, a veces malditos.


Tomó su brazo para detenerla, y la besó. En realidad quería dejarla ir, pero no pudo contenerse ante esos labios rojos y carnosos que le invitaban a posar los suyos, para luego, bocas entreabiertas, dejar bailar sus lenguas. A veces un vals, a veces unos tambores caribeños. Le tomó con firmeza por la cintura, y sabía que no debía, no le era ajeno el peligro que corría. Cuando trató de esquivar el segundo beso, ya era tarde, y su cuerpo no reaccionó, o más bien podríamos decir, que reaccionó en favor de ella.


Sus manos, poseídas en deseo, la apretaron contra su cuerpo. Pensamientos difusos. Trató de mirar, y unas palabras al oído, quién sabe cuales, le hicieron desistir. A ciegas palpó cada parte de su cuerpo, mientras el corazón bombeaba más duro, y la piel se le erizaba al tiempo que vivía fuertes contracciones. Ella respondía en su cuello, en su pecho, en la parte baja de su espalda, y no se detuvo.


Las horas se montaron en una nube, y flotaron sin ser percibidas. Cuando todo acabó, se vistió rápido, y huyó despavorido. Ella, con una sonrisa, lo dejo marcharse, no sin antes asegurarle, volverás.


El sol, castigaba su espalda, mientras él corría en busca de algún lugar seguro, pero no había tal cosa, no existía un lugar al que pudiese llamar hogar. Ni siquiera, aunque llovía por dentro, pudo llorar. Sentado en el banco del parque, busco claridad en sus pensamientos, no quería librar batallas, que se habían perdido antes del sonido de tambores y trompetas. El humo del cigarrillo, bailaba suave, tratrando de ocultar su rostro.


Algo en su interior cambió, y aunque no podía apreciarse a simple vista, sabía que había una transformación. Hay quien piense que fue producto de la meditación, en lo particular, me gusta pensar que solo fue la brisa, que daba de lleno en su rostro. La verdad es que no importa mucho. Se levantó, y camino hacia el lago. Al llegar, hundió su rostro bajo el agua, solo Alfonsina podía hacerlo caminando, pensó. Las burbujas, salían de su boca, de menos a más, de más a menos. Desesperación.


Se despertó de súbito, seco, sin lago y sin parque, sólo las sábanas revueltas, y esos labios rojos y carnosos otra vez, y entre valses y tambores, un corazón bombeando, y el tiempo reposado sobre nubes. Se sintió morir.

El Gordito

Arbol mango

Personajes: Un niño gordito, un labrador, un perro callejero, una señora y ¿Otro perro?

Locaciones: La cocina de una casa. El patio delantero de una casa. Un callejón.

Soundtrack: “Entrée March” – Isaac Dunayevski. (http://www.youtube.com/watch?v=9apQS9ktNZ4)

Título: “El Gordito”.

Apuesto que saben la historia del niño que comió comida para perros. Era un gordito muy simpático, de mejillas rosadas y ojos grandes y despiertos. Un gordito en franela sucia, shores cortos y medias negras. Un gordito dulce y travieso, nunca en exceso, es decir, ni tan dulce, ni tan travieso, lo normal para un gordito de su edad.

No sería justo pensar que por gordito lo probó ¿Cómo saberlo?. Lo cierto es que lo hizo, y no es nuestra tarea juzgarle. De inmediato se fue a tumbar mangos en el árbol que adornaba la entrada a su casa. Su perro, un viejo labrador de dorado pelaje, llamado Rosendo, se sentó un rato, a verlo recoger aquellos manjares tropicales.

Al cabo de un rato, el perro se le acercó meneando la cola y dijo: ¿me regalas un mango?, el niño palideció del susto y miró al animal con incredulidad. Con la mano temblorosa, le acercó el fruto, mientras el perro, o Rosendo, como prefieran, con la lengua afuera y salivando, esperaba ansioso. Gracias, le dijo antes de dar la primera mordida. El gordito se frotó los ojos como queriendo despertar de un extraño sueño, pero no, todo era real, su mascota le estaba hablando.

Muerto de miedo, pero vencido por la curiosidad, se le acercó. ¿Cómo es qué me hablas?, Siempre lo he hecho, solo que no me entendías, ¿Y por qué ahora si puedo?, y ¿cómo me lo vas a preguntar a mí? Si solo soy un perro, dijo mientras continuaba dándose banquete. El gordito, estupefacto, recordó su acto, digamos para nuestros efectos, de curiosidad. Volvió para leer, todas esas letritas en el empaque, y nada encontró. Que raro, pensó, no sin antes tomar un puñado más grande en su boca, que masticaba groseramente mientras repesaba los últimos acontecimientos, por demás extraños.

Salió directo a la calle, y se encontró a un perro hurgando en la basura. Tenía el pelaje sucio, y a simple vista se notaba que estaba muy mal alimentado. ¡Hey tú!, le dijo. El perro no hizo caso. No funciona, pensó en voz alta, y se dió vuelta defraudado. En ese momento escuchó, ¿me hablabas a mí?, lleno de alegría se dio vuelta, y le dijo, si, si, ¿tienes hambre?, te invito un mango, ¿Un mango?, si, es que si vuelvo a robar comida de la nevera a deshora, mi mamá me dará un par de nalgadas, en cambio, el árbol está ahí. Con el hambre que tengo, no puedo decir que no, vamos.

Rosendo les vió llegar, si me preguntan, podría asegurar que parecía sonreir, pero al igual que todos ustedes, estoy seguro de que los perros son incapaces de tal acto. Ya los tres en el patio, estuvieron charlando largo rato, uno movía la cola, otro devoraba mango tras mango, mientras el último personaje, del peculiar trío, con las mejillas inyectadas en sangre, reía placenteramente, junto a una gran bolsa de comida para perros, comiendo sin parar.

¿Quién cuenta las horas cuándo se la pasa bien? Lo que puedo asegurar es que la sombra había cambiado de lugar cuando salió la señora con el delantal. ¡Sale perro!, y un mango a medio comer. ¡Entra Rosendo!, y una cola buscando refugio entre las piernas. Agachada junto a una bolsa de alimento para perros a medio vaciar, cerca del gran árbol de mango, lo levantó, ¿Y este perrito? Ay, está bello, porque es gordito.

El espejo (El, el Gallo y los Hombres)

espejo,gallo


Personajes: Un hombre, un gallo, varias gallinas, y varios hombres.


Locaciones: Una casa de campo, un corral y una taberna.

Soundtrack: “The Man Who Sold The World” – David Bowie. (http://www.youtube.com/watch?v=LSnXjE66tvQ)

Título: “El espejo (El, el Gallo y los Hombres)” Extraído de una pesadilla.

El:

Todas las mañanas se miraba en el espejo, su reflejo, su sonrisa, su mirada, sus muecas, sus defectos.

El espejo, limitado, solo podía mostrarle el cuerpo y nada más.

Al afeitarse, al cepillar su pelo, después de bañarse, las pasadas casuales eran momentos para acariciarse con sus ojos. El espejo siempre estaba allí, dispuesto, quieto.

No notaba el inminente paso de los segundos ante la imagen propia reflejada. El espejo le robaba tiempo, y solo le devolvía un reflejo.


El hombre dejó de ser hombre por verse tanto en el espejo, aquel diabólico reflejo bloqueó la razón y lo lleno de vanidades. Se sintió asfixiado. Ojos inyectados en sangre, un derrumbe de su anatomía. Golpe y suelo.


El Gallo:

Imponente paseaba su pintoresca cola por entre el gallinero, altivo, arrogante, se sabía dueño del lugar.

Las gallinas tímidamente picoteaban el suelo en busca de granos y/o insectos, levantando el cuello de vez en cuando para observar al vigilante gallo.

El gallo, cuyo trabajo consistía en anunciar el alba y preñar a las gallinas, caminaba ocioso, sin rumbo.

Un día el gallo, obstinado de la tarde más calurosa de su vida, se aventuró, quién sabe por qué, dentro de la casa del amo.

Caminando por aquel pasillo, ya no se le veía tan seguro. Al llegar al cuarto del amo, le encontró tirado en el suelo, desnudo y con espuma en la boca.

El gallo le ignoró, su atención estaba centrada en su cola, majestuosamente reflejada en el espejo que bajaba desde el techo hasta el suelo. Le falto el aire. Sangre en los ojos.

Los Hombres:

Entre risas beodas y con las mejillas sonrosadas, estaban sentados alrededor de una mesa de madera en la taberna. La bebida abundaba en las copas y en sus torrentes sanguíneos.

Entre sus vapores etílicos, se preguntaban por su amigo. Hacía días que no le veían y ya le habían notado un comportamiento muy extraño las semanas anteriores.

Preocupados por su ausencia, y en medio de una paranoia borracha, salieron decididos a encontrarlo. Se armaron con escopetas, herramientas de campo, palos y linternas y se adentraron por el camino sabanero que les conducía a la casa de aquel hombre. Los grillos cantores y las brillantes luciérnagas, les acompañaban.

Con la escasa luz de las linternas quebrantaron levemente la oscuridad. El sudor del alcohol y de quien sabe que más, empapaba sus camisas..

Al entrar al cuarto, se encontraron con la horrible escena: La mano de su amigo apenas se dejaba ver cerca de la cola de un gallo y encima de ambos, cientos de gallinas yacían muertas con los picos colmados de espuma. En la pared había un espejo. No tuvieron tiempo de decir nada, algo bloqueó sus gargantas y presionó sus rostros. Ojos rojos.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Niños que odiaban los espejos

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Personajes: Un avión, una niña, su pequeña mano, y yo. También una voz en off, suponemos, maternal.

Locaciones: En el aire, ambiente borroso. Una funeraria.

Soundtrack: “Tan joven y tan viejo” – Joaquín Sabina. (Suena al final, y no durante la lectura) (http://www.youtube.com/watch?v=8mBoAxFgALI)

Título: “Niños, que odiaban los espejos” Extraído del disco de Joaquín Sabina “Yo, mi, me, contigo”, el primero que tuve. Canción “Tan joven y tan viejo”.


El avión corta el aire a toda la velocidad. Blanco, con una delgada línea naranja, que se extiende horizontalmente por todo su cuerpo, dejando claramente marcado, “el arriba” y “el abajo”. Arriba, una protuberancia, la cabina, es la cabeza del pajarillo de acero. Atrás, en la cola, los estabilizadores, como tímido plumaje, le dan equilibrio a la imagen. Abajo, descansaba la blanca panza, en una suave y poco pronunciada curva.


Esta vuelta es muy radical, brusca, supongo que adentro habrían de sujetarse fuertemente. Lo supongo, porque me imagino en una situación similar, allá arriba, zarandeado junto a todas esas personas muertas del miedo, los quejidos, los gritos, las caras desfiguradas por el temor, dando esa alocada vuelta, quizás tuviese lista la bolsita para vomitar, o estuviese arrepintiéndome de algún acto, o quizás solo subiría el volumen de la música y apretaría los dientes. No, gritaría, como todos los demás.


Su cabello rubio y despeinado, brilla bajo un bombillo a media luz, cae en cascada sobre sus hombros, y se abre como una ventana en su rostro, alegría muda, dejando ver la belleza de unos labios rojos y ligeramente risueños, y de unos ojos, que aunque desenfocadamente concentrados, muestran dulce candidez.


Viene con la panza adelante, la cabeza apuntando en un Angulo de 180º, haciendo diana en el cielo. Es decir, su lomo, es la parte trasera y su cola mira el suelo. Así vuela el avión, desafiando cualquier ley física. Ahora en una fuerte barrena, que hubiese roto los nervios del más aplomado, el avión va directo a tierra, con la cola hacia abajo. En vez de girar, permanece rígido, como si cayera en peso muerto ante una estéril brisa y las alas no le afectaran en lo más mínimo. Un metro antes del suelo, se vuelve a elevar y a tomar su posición natural. En un caso así, quizás ya alguien habría muerto, seguramente infartado. O alguien que, no quiso o no logró, ponerse el cinturón de seguridad, hubiese dado tumbos de aquí para allá, antes de golpear su cabeza contra cualquier parte dura, y desnucarse. Total, ¿Qué importa?, no estoy aquí para eso. ¿En dónde darán el café?.


Acompañaba su belleza, con la gracia de sus desplazamientos, con la mirada fija, y de vez en vez, parada en puntillas. Acompaña su andar, con algunos sonidos y voces que no alcanzo a entender. Claro, la distancia y el murmullo, ponen su granito de arena.


Veo que el avión va cayendo irremediablemente, es sólo cuestión de uno o dos segundos. Baja vertiginosamente, sin que su forma aerodinámica influya en manera alguna, en el garabato que describe en el aire. Cayó con la parte de arriba hacia abajo, y obvio, la parte de abajo hacia arriba. En el invertido fuselaje, se puede ver el color metálico, donde se había caído la pintura. En un caso así, ya todos hubiesen volado en mil pedazos, ya no existirían, solo serían manchas humeantes, un desastre, la noticia del día, con suerte, de la semana. Cayó, sin que esa fuese su intención.


Este cigarro se está acabando, y esta noche en particular, está bastante fría. Menos mal que traje mi vieja chaqueta de cuero. Menos mal que este cigarro es rojo.


Una pequeña mano, la de la niña, toma al avión por la cola, lo levanta, y reanuda su hipnótico juego, sin saberse espiada. Su imaginación le protege de cualquier clase de intromisión, nada existe fuera de su pequeño juguete y ella. Sospecho que es lo único que tiene a la mano en esta funeraria. Quizás pertenece a su hermanito, quizás le gustaría volar uno algún día. No puedo asegurar, que de haberla tenido, hubiese preferido una muñeca.


Mi amor, es hora de irse. Y la niña, como saliendo de una burbúja mágica, enfoca la mirada en dirección a la voz, guarda lentamente el avioncito en el bolsillo de su pantalón, y se va volando. Sí, en verdad es hora de irse. Qué frío hace.

domingo, 20 de julio de 2008

El soñarlo sólo basta

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Personajes: Un hombre, una mujer, una aeromoza, pasajeros.

Locaciones: El baño de un avión, el pasillo de un avión, las butacas de un avión.

Soundtrack: “Strangers In The Night” - Frank Sinatra (http://www.youtube.com/watch?v=2g3ztniz9aA)

Título: “El soñarlo sólo basta” Sacado de “La Vida es Sueño” de Calderón de la Barca, espolvoreado con el azúcar de Morfeo.

Un pasillo. Un portazo, y apenas un segundo para pasar el seguro antes de que los besos comiencen a jugar con desespero. Pequeños mordiscos traviesos interrumpen a ratos el abrazo de las lenguas que no cesan de buscarse, de tocarse, de tenerse en exquisito juego a ojos cerrados, transformando las sensaciones en imágenes y sabores. El aliento tibio de palabras casi inaudibles, la honda respiración, que a ratos se confunde con suspiros, y los chasquidos de la humedad, musicalizan la escena.

En el baño, no hay distancia entre los cuerpos. Él la sujeta con fuerza por la espalda como si no quisiera dejarla escapar, mientras ella hunde sus manos en su cabello, las baja por su espalda y le aprieta hacia su cuerpo, pero de manera distinta, como sujetándose antes de una inminente caída, solo que en este caso, ella quiere caer. Lo besos, cada vez mas hondos, poco a poco les van sacando de control. Él baja sus manos y pasa de largo la falda.

Sobre el lavamanos. Ella jadea, con las manos de él aun sujetando con fuerza sus muslos, luego de haberla sentado en la estructura metálica. Sin que la molestia del frío grifo en su espalda pueda obstaculizarle en manera alguna. Los besos continúan en ambas vías de una gran autopista en la que los dos aceleran constantemente. Las manos de él, con tierna firmeza, se pasean por sus desnudas piernas, y de regreso hacia arriba, toman un camino distinto, electrificando los costados y el abdomen, para finalmente empezar a jugar con sus senos. Ella sigue sujetándose a su piel en la espalda, a ratos también del cabello, sobre todo desde que su boca se viera huérfana, y su cuello atendido. La música quiere subir, pero se abstienen.

Deslizando su mano hacia abajo consigue apurar los besos del hombre, que ya entretiene la boca en su pecho. Un poco más de música en un suspiro ahogado que él deja escapar y que hace que sus movimientos se hagan notablemente más severos. Un par de manos trémulas que levantan la falda. Otras que con diestro desespero luchan con hebilla, botón y cremallera. Ella deja desabotonada su propia camisa por la mitad, revelando el cuarto creciente de su feminidad. Él, con el pantalón a punto de caer, aunque brevemente sostenido por su erección, baja, abre de par en par sus muslos, hace a un lado el pequeño encaje, y da a su boca un suave baño en la fuente de afrodita. Fragancia a mujer. Ella ya no se agarra para no caer, esta vez se agarra fuerte para no volver. Ojos hacia arriba.

Sin moverse del lavamanos. Él se desespera con su cada vez mas mojada barbilla, se ayuda un poco con los dedos. Ella, sintiendo que el mundo se le viene encima, sujeta las paredes. Él sigue usando su lengua, y con todo acierto. La música quiere sonar alto, impetuosa, lo evitan. Ella le tomo el cuello y la trae a su boca de nuevo. Los pantalones caen. Ahora ella sostiene el encaje de lado. Él la trae un poco más al borde del lavamanos. Ella lo abraza con los muslos, lo acerca, y capa a capa, se deja penetrar. El mira su espalda en el espejo. Los besos tienen pausas más largas, y son más torpes. Las caras se deforman en dulces gestos.

Van subiendo el ritmo de su danza. Se besan corto y desesperado. La mezcla de sus olores llena la pequeña habitación. El espejo se empaña. Las miradas se nublan. Se escapan algunas palabras sin sentido, algunos jadeos también. El mundo empieza a disolverse. Corazón galopante. Ojos blanqueados. Deditos abiertos. Máxima presión. Una corriente que los laza. Ahogados puñetazos en la pared. Pequeños espasmos. Leve temblor. Lento aterrizaje.

Breve pausa. Ok, salgo primero. De acuerdo, así me da tiempo de arreglarme. Y subiéndose los pantalones le besó una vez más en la boca, con uno de esos besos en que solo están los labios, y que se extienden unos segundos con profunda nostalgia. La mano sobre el empañado espejo, y una veloz acicalada. La miró antes de cerrar la puerta y sonrió... le sonrió

Ya de vuelta en el pasillo, se detuvo unos segundos como si la adrenalina empezara a diluirse en su torrente sanguíneo. Se iba a devolver cuando una aeromoza le interceptó. Señor, estamos prontos a aterrizar, podría volver a su asiento por favor. Si, como no, ¿imposible un trago verdad? Imposible señor. De nuevo sentado en su butaca, abrochó su cinturón y abrió una revista. Sin voltear, reconoció esa fragancia en el pasillo. Sus ojos se quedaron pegados a la revista, su mente no.

miércoles, 2 de julio de 2008

No volveré a sonreír

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Personajes: Un viejo pescador, un joven pescador, una señora entrada en edad, varios pescadores

Locaciones: Una bahía (pongamos que hablo de Juan Griego), mar adentro, la playa.

Soundtrack: “The same deep water as you” - The Cure (http://www.youtube.com/watch?v=LJM2GhkR_RY)

Título: “No volveré a sonreír” frase del relato “Eva esta dentro de su gato” del libro “Ojos de perro azul” de Gabriel García Márquez.

La luna nacarada brillaba sobre las oscuras y profundas aguas del océano. Claramente se escuchaban las pequeñas olas espumeantes al levantarse brevemente y estallar en contra la arena y rocas en la orilla. Las mismas pequeñas olas que segundos más jóvenes acariciaban la madera de los peñeros, ya casi dispuestos a adentrarse en la mar. En procesión iban llegando los pescadores, cargando recipientes con gasolina, mecates, tobos con carnada, redes, anzuelos, cuchillos y otras herramientas propias del antiguo oficio.

El viejo del sombrero de paja y la vieja camisa blanca abotonada hasta la mitad era uno de los más experimentados. Llevaba años adentrándose en aquellas aguas siendo de los más bravos pescadores de la bahía, aunque a decir verdad, cada madrugada, cuando sentado en la cama junto a su esposa, con las manos en sus rodillas y el mentón pegado al pecho, al tiempo que murmuraba la misma plegaria de siempre (y que solo el conocía), sentía aquel desfile de cosquillosas chispitas que le recorrían las piernas, para trepar por su espina dorsal y terminar en un pequeño espasmo que desaparecía en su cabeza luego de una extraña caricia. Siempre tuvo conciencia del mar.

Caminaba con dificultad, arrastraba en cada pisada el peso de los recuerdos, de las miles de historias enmarcadas en el misterioso mar, de las miles de historias vividas en el misterioso corazón de la gente. Su piel, o lo poco que exhibía de ella, reseca, pegada al hueso, era la consecuencia de años enfrentando no solo al mar, sino también a un siempre sonriente sol. Sus manos, aunque huesudas, eran grandes y fuertes, y su mirada cansada, honda, como las palabras que pronunciaba, que si bien eran escasas, resultaban muchas veces definitivas. Muchacho, trae la red. El ayudante, joven, delgado, moreno, de cabello rapado, se apresuraba dando brincos en el agua con sus pantalones arremangados y el torso cubierto con una vieja camiseta. Enciende el motor, es hora. Y se fueron en busca de la línea del horizonte, invadiendo la quietud, seguidos de decenas de embarcaciones mas, ruido de motores, olas artificiales en el mar.

La sangre y el agua salada en que se sumergían los pies descalzos de ambos hombres, daban fe de lo buena que estaba siendo aquella noche. Pescados apilados en dos cestas se interponían entre el viejo, sentado junto al motor, y el joven, que le daba la espalda a la proa. Buena pesca tomando en cuenta que hay luna llena, buena pesca, ¿verdad maestro? El viejo, en silencio, asintió con la cabeza, siguió hundiendo sus pensamientos en el mar. El suave sonido del agua golpeando la embarcación, les acompañó el resto de las horas. El viejo estaba distinto, siempre había sido un hombre de pocas palabras, pero no como hoy, nunca como hoy. El joven, un tanto inquieto, insistía en su charla. El viejo, con paciencia le escuchaba, participaba brevemente, prefiriendo las afirmaciones y negaciones gesticuladas al discurso y la conversación. Luego de un prolongado y profundo silencio, el viejo dijo al aire. Ya estas listo.

Un negro océano con un reflejo de plata, que llego por un lado y poco a poco fue desapareciendo por el lado opuesto, ambientó la callada noche que pasaron ambos pescadores, hasta que en el mar se fue abriendo paso, una línea naranja, como de fuego que terminó por incendiar al cielo en un espectáculo que algunos aseguran, es obra de Dios.

Con el regreso del sol, se veían venir a lo lejos, todos los peñeros, que junto al sol y al mar, reproducía naturalmente el mismo cuadro que tantos pintores han pintado en el pasar de los años. El joven y el viejo, como cada día, punteaban al grupo. En la orilla, dentro de un vestido de hermosas e imaginarias flores, esperaba una morena mujer bastante entrada en edad, una mujer que desafiando a la naturaleza, aun lograba atesorar unos cuantos rastros de belleza. Era la esposa del viejo. Mientras el joven lidiaba con las cuerdas, el pescador se le acercó a la mujer, tomo sus dos manos con las suyas huesudas. Finalmente me retiro, ahora podrás dormir mas tranquila. Pero, pero si el mar es tu vida, pero... la sonrisa del viejo se abrió como una ventana por la que entra mucha luz. Puedes estar tranquila negra, antes yo decía: “sin el mar, no volveré a sonreír”, pero aun te tengo a ti, aún puedo meter mis pies en el mar.

lunes, 30 de junio de 2008

los funerales no duran por siempre

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Personaje: Una Señora de cabello de plata.


Locación: Una Casa en el pueblo.


Soundtrack: “Canción para mi muerte”- Sui Generis (http://www.youtube.com/watch?v=8k-eX3rF8xM)


Título: los funerales no duran por siempre” aclaratoria acerca de un subnick en el messenger


Sentada en su mecedora, con la tarde bañándose en naranja y una fría brisa que ya avisa la venida de la noche, pasa las horas la señora de cabello plata, sin mayor compañía que la de sus memorias, que a su edad deben ser tan innumerables como difíciles de recordar. Ahí sentada, con la mirada parca, cansada, ya no se preocupa en huir del tiempo, en parte quizás porque está conciente de que el tiempo ya le está dando alcance y entonces qué más da insistir si nadie ha podido ganarle la carrera, si nadie ha sobrevivido a los embates de su constancia.


Una bien conservada cajita de música, bailarina incluida, reposa sobre su falda, en ella la foto sepia de una hermosa mujer y una carta que recién acaba de releer. Encima de estas, cruzadas, descansan sus blancas y huesudas manos. Las gotas que manchan el papel son lo único nuevo y ya están muertas. Nacieron en sus ojos, quizás hace tres minutos, vivieron corriendo por sus mejillas para finalmente fallecer entre aquellas letras, muy cerca de la única parte que sus manos dejan leer bien de la carta y que dice: “…para siempre…”


Sentada en su mecedora, con la noche salpicada de estrellas y una brisa que en momentos se atreve a silbar, toma un té que ella misma preparó hace breves instantes. Sus manos temblorosas llevan la taza hasta su boca, que al retirarla, deja tras de si una ligera sonrisa de placer.


La cajita de música está cerrada, dispuesta en una mesa junto a la mecedora, y aunque sus ojos están fijos en el largo camino que pasa justo frente a su casa, su pensamiento tiene la mirada puesta en la cajita. Otro sorbo de té. Hace un año ya, hace un año ya que te fuiste y aún recuerdo aquel día como si fuese hoy, ay como dolía, ay que falta que me haces, y yo pensé que ese día terminaría por acompañarte, terminaría por morir, como lloré por mí. Y colocando la taza junto a la cajita pensó: ¿y quién llorará por si mismo cuando yo muera?... al igual que la felicidad, los funerales no duran por siempre.


Sentada en su mecedora, con la mañana dócil vestida de rosado y una fría brisa que hace bailar su cabello plata con alegría sobre su ahora insensible rostro que conserva intacta su sonrisa, reposa la señora. Ya desde hace unas horas dejaron de pasar las horas para ella.