domingo, 12 de abril de 2009

El Gordito

Arbol mango

Personajes: Un niño gordito, un labrador, un perro callejero, una señora y ¿Otro perro?

Locaciones: La cocina de una casa. El patio delantero de una casa. Un callejón.

Soundtrack: “Entrée March” – Isaac Dunayevski. (http://www.youtube.com/watch?v=9apQS9ktNZ4)

Título: “El Gordito”.

Apuesto que saben la historia del niño que comió comida para perros. Era un gordito muy simpático, de mejillas rosadas y ojos grandes y despiertos. Un gordito en franela sucia, shores cortos y medias negras. Un gordito dulce y travieso, nunca en exceso, es decir, ni tan dulce, ni tan travieso, lo normal para un gordito de su edad.

No sería justo pensar que por gordito lo probó ¿Cómo saberlo?. Lo cierto es que lo hizo, y no es nuestra tarea juzgarle. De inmediato se fue a tumbar mangos en el árbol que adornaba la entrada a su casa. Su perro, un viejo labrador de dorado pelaje, llamado Rosendo, se sentó un rato, a verlo recoger aquellos manjares tropicales.

Al cabo de un rato, el perro se le acercó meneando la cola y dijo: ¿me regalas un mango?, el niño palideció del susto y miró al animal con incredulidad. Con la mano temblorosa, le acercó el fruto, mientras el perro, o Rosendo, como prefieran, con la lengua afuera y salivando, esperaba ansioso. Gracias, le dijo antes de dar la primera mordida. El gordito se frotó los ojos como queriendo despertar de un extraño sueño, pero no, todo era real, su mascota le estaba hablando.

Muerto de miedo, pero vencido por la curiosidad, se le acercó. ¿Cómo es qué me hablas?, Siempre lo he hecho, solo que no me entendías, ¿Y por qué ahora si puedo?, y ¿cómo me lo vas a preguntar a mí? Si solo soy un perro, dijo mientras continuaba dándose banquete. El gordito, estupefacto, recordó su acto, digamos para nuestros efectos, de curiosidad. Volvió para leer, todas esas letritas en el empaque, y nada encontró. Que raro, pensó, no sin antes tomar un puñado más grande en su boca, que masticaba groseramente mientras repesaba los últimos acontecimientos, por demás extraños.

Salió directo a la calle, y se encontró a un perro hurgando en la basura. Tenía el pelaje sucio, y a simple vista se notaba que estaba muy mal alimentado. ¡Hey tú!, le dijo. El perro no hizo caso. No funciona, pensó en voz alta, y se dió vuelta defraudado. En ese momento escuchó, ¿me hablabas a mí?, lleno de alegría se dio vuelta, y le dijo, si, si, ¿tienes hambre?, te invito un mango, ¿Un mango?, si, es que si vuelvo a robar comida de la nevera a deshora, mi mamá me dará un par de nalgadas, en cambio, el árbol está ahí. Con el hambre que tengo, no puedo decir que no, vamos.

Rosendo les vió llegar, si me preguntan, podría asegurar que parecía sonreir, pero al igual que todos ustedes, estoy seguro de que los perros son incapaces de tal acto. Ya los tres en el patio, estuvieron charlando largo rato, uno movía la cola, otro devoraba mango tras mango, mientras el último personaje, del peculiar trío, con las mejillas inyectadas en sangre, reía placenteramente, junto a una gran bolsa de comida para perros, comiendo sin parar.

¿Quién cuenta las horas cuándo se la pasa bien? Lo que puedo asegurar es que la sombra había cambiado de lugar cuando salió la señora con el delantal. ¡Sale perro!, y un mango a medio comer. ¡Entra Rosendo!, y una cola buscando refugio entre las piernas. Agachada junto a una bolsa de alimento para perros a medio vaciar, cerca del gran árbol de mango, lo levantó, ¿Y este perrito? Ay, está bello, porque es gordito.

1 comentario:

oMar-Mota dijo...

¡Guau! Por eso es que me dejé de comer Perrarina... Aplausos poliedrísticos a este cuento, muy bueno...